La guerra que Chávez no quiere (o no quiso) ver


(Una versión de este texto fue publicado por El Mundo el 20/11/2008)

María Elena Delgado sostiene una foto de su niña pequeña con lágrimas en los ojos. "Fue la voluntad de Dios, fue la voluntad de Dios", repite esta caraqueña de 54 años, que ha visto como tres de sus hijos fueron asesinados por delincuentes de la zona.

La precaria casa de cemento y techo de zinc donde vive está situada en el sector La Virgen de Petare, un suburbio del este de la capital que se asienta sobre los cerros del valle. 

Su hija se llamaba Norka, tenía 12 años y regresaba de la escuela para comer en casa. A plena luz del día, dos bandas estaban solventando sus diferencias a tiro limpio, y uno de los maleantes utilizó a Norka de escudo. Una bala perdida impacto en su cabeza. 

Su hijo, Erasmo José, de 12 años, también fue asesinado en un ajuste cuentas, mientras que a Willmer, de 39 años, lo mataron para robarle su moto. "Al de 39 años lo asesinaron en 1991, y a los otros dos en 2000 y en 2004. La inseguridad siempre ha sido un problema, pero desde hace cinco años los barrios están controlados por las mafias y la droga". 

Un año después de la muerte de su tercer hijo, la mala suerte se volvió a cebar con María Elena. Durante unos aguaceros perdió la mayor parte de su casa en un deslave. Ahora vive, junto a su marido y su hijo pequeño, en una estrecha habitación donde el baño está delimitado con una cortina de plástico.

"Cuando hay tiroteos la policía nunca está, y cuando viene es peor, porque luego llegan las represalias", dice esta mujer de pelo mal teñido y optimismo inquebrantable, al tiempo que acomoda en su boca un inhalador para el asma.

La inseguridad es el principal problema de los venezolanos, seguido de la inflación, el desempleo y la corrupción. Los cinturones de miseria en las grandes ciudades y los estados fronterizos del interior, donde operan grupos irregulares colombianos, son las zonas más castigadas por esta guerra silenciosa que se cobra más víctimas que el conflicto de Colombia.

Cuando Chávez fue elegido presidente en 1998, el número de muertos por la delincuencia no llegaba a 6.000. El año pasado, se produjeron 13.200 homicidios, el 30%, en Caracas. Eso da un promedio de 130 homicidios por cada cien mil habitantes. La tasa en Bogotá, por ejemplo, una ciudad que tradicionalmente era considerada más peligrosa, es de 19 por cada cien mil.

El 70% de estos muertos son asesinados los fines de semana, y afectan sobre todo a hombres menores de 24 años, con mujer e hijos.

Delgado prepara un café chorreado en su oxidada cocina, mientras explica quiénes son las temidas bandas del barrio.

"Mira… La viste ahí parada", dice Delgado refiriéndose a un grupo de cinco chavales apostados en una de las esquinas de la calle. "Todos son así", retrata, "niños de entre 14 y 18 años que controlan la venta de drogas y están armados hasta los dientes".

Para detener esta sangría, el Gobierno ha realizado inútiles campañas para vigilar la seguridad de los autobuses de línea y las rutas escolares. Desde hace tres años, tampoco facilita a los medios de comunicación el parte de muertos del fin de semana para evitar las "informaciones alarmistas".

Hombres de negocios que llegan al aeropuerto o turistas que veranean en yates de recreo por el Caribe venezolano también sufren este flagelo, y son asaltados e incluso asesinados. La semana pasada, una mujer estadounidense fue tiroteada en el Parque Nacional de Mochima (este), mientras paseaba en su barco de vela.

Chávez, que rechaza de plano utilizar grupos militares de choque como los que operan en las favelas de Río de Janeiro, ha sido incapaz de poner fin a la violencia callejera, lo que afecta a su popularidad en las principales ciudades del país como Caracas, Valencia o Maracaibo. La barriada de Petare, uno de los bastiones caraqueños del chavismo, es el mejor ejemplo. Y puede que el próximo domingo pase a las manos de la oposición por este motivo.   

Las causas de la violencia son las mismas que en Brasil o México: la pobreza, la miseria, la desigualdad social, la impronta del narcotráfico… Aunque, algunos especialista en la materia también añaden la nefasta influencia de los discursos bélicos y castrenses de Hugo Chávez. "Cuando el presidente exhorta a los barrios a tomar un fúsil para combatir contra el Imperio (Estados Unidos) es un lenguaje en el que cualquier opositor se convierte en enemigo, en el enemigo interno", explica Roberto Briceño, director del Observatorio Venezolano de Violencia

El aspecto clave de este quiebre social, añade Briceño, sería la ambigüedad frente a la violencia. "Por un lado se habla del desarme de la población, pero por el otro hay una política armamentística y estamos comprando fusiles para las milicias y (el Gobierno) entrena militarmente a civiles".

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